23 de enero de 2011

El viaje (Vacaciones 2011)






Día 1

Jueves en la noche. Estación de buses de Retiro. Llego con suficiente tiempo para esperar la partida del micro (bus) hacia Villa Gesell. Tiempo que transcurre de una manera tranquila, sin ansiedad de mi parte. Es que el punto de llegada no me representa ninguna preocupación como en otras oportunidades viajar a un lugar desconocido.
Villa Gesell tiene la seguridad de ser como la segunda o tercera casa. Acá veníamos con mi familia a pasar las vacaciones. Desde que era muy pequeña, desde aquellos tiempos en los que apenas hablaba y caminaba. Quizá mis primeras zambullidas hayan empezado en estas aguas. Los juegos en la arena, los castillos, los pozos que se cavan y cavan en busca de agua, o simplemente en busca de algún país remoto, en busca de algún tesoro. Sí jugué por estas playas, sí jugué por estos bosques, por estas calles.
Llega el micro y me subo. Viajo sola. Comparto el asiento con un señor alto y grande. Llega y me dice: ¨viajamos juntos¨. Me levanto y espero que acomode sus cosas. Espero bastante hasta que me siento nuevamente. El silencio me incomoda y después de un rato le pregunto hacia donde viaja. El señor me mira como sorprendido. No sé sorprendido de qué… pero me contesta: a Pinamar. Y sigue leyendo. Un rato después de leer se queda dormido. Viajamos de noche y después de un día largo espero con ansias ese momento para cerrar un rato los ojos. Relajar el cuerpo. Pero parece que no es el día de dormir. Comienzan los ronquidos. Y pienso ¿de todo el micro me tiene que tocar a mí el compañero que ronca? No escucho a nadie más. Sólo a mi compañero que parece que acaba de comprar un aserradero y tiene mucho trabajo atrasado. Rápidamente saco un mp3 y a todo volumen, lo más que puedo para tapar los ronquidos escucho algunas canciones de Drexler. Canta Jorge ¨amar la trama más que el desenlace¨ y me quedo pensando en esa frase.
Llegamos a la terminal de Villa Gesell. Son las 5 de la mañana. Llueve. Arrastro la valija hasta el único taxi que espera en la puerta. Y lo tomo. Se baja una mujer y me ayuda a subir la valija al baúl. Me pide la dirección. Es a unas diez cuadras. Nomás me siento y enciende la música a todo trapo e impide que le haga alguna pregunta. Le digo donde doblar y cuando estaciona el auto. Me dice 10 (pesos). Busco el dinero antes de bajarme y ella baja del coche y antes que encuentre los 10 pesos, ya sacó la valija y la dejó apoyada en el suelo y vuelve a sentarse. Vuelve quizá a seguir trabajando. Respiro profundo y con alegría arrastro la valija por la entrada al departamento. Un perro me ladra. Es del portero. Creo que no lo conozco. Pero ladra y no se me acerca. Y pensar que pasaron perritos por este lugar. Y me acuerdo de ¨Amiga¨, una perra de color marrón, de raza indefinida, que supo acompañar varios años de mi infancia. O quizá de un perro ¨policía¨ al que llamaban ´Chiquito¨, que en sus primeros años chumbaba y gruñía tanto que parecía que iba a comerme. Pero quién sabe qué le pasó un día para hacerse ¨más bueno¨, o para ¨ dejarse querer por estos que llegaban una vez en el año¨. Porque después cuidaba siempre nuestra puerta, después de darle un poco de comida y algunos mimos.
 
Llegar al departamento y en la puerta no me espera ningún perro guardián. Entrar en silencio para no despertar a nadie. Esta parte de las vacaciones son de ¨compartir¨. Son los últimos días de mi hermano y su familia.

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