26 de diciembre de 2009

Fontana di Trevi





Hacia ella convergen cuatro calles
como puertas que dan al paraíso.

Todos hablan de ella
de ella
y su pasado
de ella
y sus milagros.
Todos hablan de ella.

Como si fuera la primera vez
inicio la ceremonia
de espaldas a la fuente
el pie izquierdo en alto
mi mano derecha arroja
una,
dos,
tres monedas.


en ¨Pellizcos en el agua¨ Antología.  Noviembre de 2010.

9 de diciembre de 2009

Los Reyes Magos

 
 
Alrededor de 1943 mamá tenía unos siete años

¨ Cuenta mamá que cuando era chiquita se acercaba la llegada de Los Reyes Magos. Aunque sabía que los reyes no eran magos ni venían desde el desierto, la expectativa era muy grande.
Mamá era la más chica de cinco hermanos. vivían en Villa Urquiza y tenían varios amigos, pero uno les fue con el cuento. Había visto a sus hermanas mayores entrar a la casa de una amiga con varios paquetes.
--Un paquete grande- dijeron Coco y Cachito
-¡Es la muñeca! – respondieron Lydia y Chiche
-Un paquete más chico - siguió la enumeración de regalos-.
-Es el juego de té
Pero había un tercer paquete que era el más pequeño de todos.
Cachito intentaba decir con las manos que era ¨así y así¨.
Pero entre la tía Chiche y mi mamá no pudieron descifrar que podía contener ese paquetito.
Esa noche mamá no pudo dormir.
Hasta que llegó la mañana siguiente y fueron a abrir los paquetes.
Si hay algo que siempre me gustó de la llegada de los reyes magos era toda la preparación que hacía más mágico ese momento. Yo solía estar de vacaciones para la fecha y entonces con mi mamá o mis hermanos íbamos en busca de un poco de pasto para los camellos, un poco de agua para calmar la sed después de tanto viaje. Hasta recuerdo el verde de los potes que usábamos. Finalmente dejábamos los zapatos a la espera del regalo. Ahora me pregunto de dónde vendrá la costumbre de los zapatos…
Volviendo a la historia de esa mañana de reyes…
Mamá cuenta que todo lo que habían pedido estaba, menos una máquina de coser. Mi abuela (María Josefa) solía coser con una máquina, de aquellas que venían con la mesada incluida y el pedal (me animo a agregar). Mi mamá, que todas las tardes se sentaba a coser a mano los vestidos para sus muñecas, soñaba con tener una máquina igual, igual a la de su mamá.

Ya desilusionadas, mamá y la tía se acercaron al último regalo: una máquina de coser que cabía en un paquetito ¨así y así´.

6 de diciembre de 2009

la historia de la carretilla

La calle, en dónde Totó vivía, tenía una pendiente muy suave que se deslizaba a la largo de doscientos metros. Uno de los juegos que Totó hacía con sus amigos del pueblo era subir hasta la parte más alta de la calle y deslizarse hacia abajo en una carretilla. Pero, en esos tiempos, los chicos no les pedían a sus papás que les compraran juguetes, sino que los fabricaban por su cuenta.
La carretilla consistía en una madera con un volante atravesado por un bulón.
Papá dice que aquí comienza la historia… porque lo verdaderamente interesante era conseguir todos los objetos y darse maña para crear sus propios juguetes.
Ahora parece raro pensar en todos estos pasos pero no hace mucho, harán unos 25 años, cuando yo era chiquita si bien había juguetes más al alcance, también disfrutaba en conseguir e inventar mis propios juegos.
Totó, que tendría entre 5 o 6 años, fue a aprender el oficio de carpintero. Este carpintero tenía un torno especial para trabajar la madera. Lo único que papá tenía era la madera. Faltaba conseguir los otros objetos. Lo siguiente que consiguió fue un ruleman para la rueda delantera. Para conseguirlo tuvo que trocarlo por diez trompos. Y ya me contó papá otra historia de los trompos y de cuanto disfrutaba con este juego. Debe haber sido todo un tema desprenderse de esos trompos. O quizá no. Luego fue hacia la Estación del Ferrocarril (La Littorina) y al buscar entre los rieles (que se hacían con ruedas y alambres para hacer los cambios) halló algunas rueditas, un eje trasero y un pedazo de fierro. Para los operarios era un trabajo muy difícil buscar estas rueditas pero para los chicos material de tantos juegos.
Aún faltaba un tornillo y una tuerca para el volante. Las consiguió en otro trueque. Le llevó bastante tiempo juntar estos objetos pero cuando los hubo reunido todos pudo por fin armar la carretilla.
Y así comenzaban la competencia corriendo carreras con sus amigos desde el comienzo hasta el final de la calle.
Pero la carrera debía terminar un poquito antes de la calle principal porque por ahí, a unos metros, su tío (Pepino) iba del maestro a aprender el oficio de sastre. Ni bien los veía aparecer por la calle les señalaba con el dedo que se fueran para la casa. Esa era toda la aventura.
Papá piensa, ahora con ojos de abuelo, que el juego en sí no era la diversión sino poder conseguir todos los implementos que necesitaban para llevarlo a cabo.
Cuando papá tenía 5 o 6 años se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial. Más o menos por el año 1941/42. En Cinquefrondi no había nada de nada porque todo lo que podía ser de utilidad iba para el frente.

1 de diciembre de 2009

el por qué del blog


La idea me empezó a dar vueltas hace ya algún tiempo.
Papá tenía ganas de contar sus vivencias de la infancia en Cinquefrondi, su pueblito en Italia, las historias de cuando llegó a Buenos Aires... y entonces yo empecé a tomar nota escrita, no sólo con el placer de escuchar sino también con la importancia de la transmisión de las raíces familiares.
Mamá también tiene su aporte... historias que escuché una y mil veces cuando era chiquita...
Así que por un lado ésta es la punta del ovillo...
Creo que también están mis ganas de escribir y empezar a hacerme cargo de mis palabras... y de lo que me gusta hacer con ellas.
Empiezo con la historia de cuando estuve en Italia... de cuando viajé a Cinquefrondi. Y de cómo nace el nombre del blog.

Los espero con muchas ganas
y con ganas de escucharlos también.

La figlia di Totó

Miré una y otra vez el mapa de Italia antes de decidir el viaje. Parecía que Cinquefrondi quedaba ahí no más de Roma. Pero son siete horas. Llegué a la estación Termini casi una hora antes de que partiera el tren a Gioia Tauro, en Calabria. Desde ahí sale La Littorina, otro tren que va pueblo por pueblo hasta llegar a Cinquefrondi. Mi boleto dice binario 6, carroza 8. Yo no sé bien qué significa. Camino por la plataforma buscando un cartel con el número seis. ¿Será el número del andén? Hay un tren parado. En la ventanilla tiene pegado un papel que dice Syracusa, Carroza 1. “Scusi, di qui parte il treno a Gioia Tauro?” Muestro el boleto a varias personas. Me dicen que sí pero no estoy segura. ¿Y si subo al tren equivocado? A las ocho y media suena un silbato y una tromba de pasajeros me atropella. ¿Por qué corren? Se suben al tren a Syracusa. Creo que Syracusa es en Sicilia. Si yo viajo a Calabria, tendré que bajar antes. Entonces es mi tren. Pero ¿y si hay otro? Faltan cinco minutos. Ahí está el Guarda con unas personas. Está gritando. Y yo con mi pregunta tonta. “Scusi, queste é il treno a Gioia Tauro?” Si, grita. Y mueve el brazo: que me suba, que suba. Grazie! Subo a la carroza uno. Camino por un pasillo hasta la ocho. Comparto el viaje con tres hombres. Uno habla por celular. Otro lee el diario. El tercero trabaja en una laptop. Me gustaría hablar con alguno. Pero nadie habla. Ni entre ellos. Tengo una cartera grande con una muda de ropa, un libro de Leopoldo Marechal, una libreta, un discman. Saco la libreta y me pongo a escribir lo que acaba de suceder. Pienso en todo lo que está por venir. Papá siempre me habló de su pueblo y hace años que tengo ganas de conocerlo. Falta tan poco, pero llegar no es sencillo como creía. Hasta él me dijo que no fuera. Pero yo me puse firme. ¡Si por conocer Cinquefrondi es que estoy en Italia!

Llego a Gioia Tauro después del mediodía. Hace mucho calor, es verano. ¿De donde sale La Littorina? Me calzo la cartera al hombro y cruzo la calle. La estación es antigua. Papá me hizo una fotocopia del plano de su pueblo. Se ve donde está la estación, por dónde tengo que caminar para llegar a su casa y la de su abuela. Es todo. Espero llegar, sacarme una foto en cada casa, ir a la escuela y ver cómo es para tratar de imaginar cómo fue. En la boletería no hay nadie. Pregunto en la oficina. Quieren que espere. No sé donde esperar porque cada vez hace más calor. Adentro estoy bien. Al fin el maquinista pone en marcha La Littorina. Subo y me siento atrás de todo. Soy el único pasajero. A último momento sube una mujer y se sienta más adelante. Otra vez saco la libreta y escribo.

Pasamos por una, dos, tres estaciones. Nos detenemos en mitad de camino. No sé que pasa. Se ve todo negro. Me acerco hacia delante y converso con la mujer. Come ti chiami? Di dove sei? Che cosa fai? Sube un hombre y habla con el maquinista. É fumo?, me animo a preguntar viendo que un humo denso enluta la vía. Ma che fumo é flama!, dice el hombre y entonces veo las llamas devorar la vegetación. ¡No lo puedo creer! Pasa media hora y reanudamos la marcha. Ahora vuelvo a respirar.

Estoy en el pueblo. La estación es vieja y desolada. Veo una calle que va hacia arriba. Saco el plano. Algunos pasos y llego a la plaza. Una pequeña plazoleta en medio de la calle. Por ahí cerca yo sé que está la Via Dante. Busco el número 30. Pero el número no existe. ¿No existe? No puede ser, debo haber mirado mal. Voy hacia un lado y otro de la calle. Miro en la vereda de enfrente. Existe el 28 y el 32. Es un mercado. Voy para la casa de la nana, la abuela de papá. La Via Cavour es a la vuelta. Otra vez lo mismo el número no existe. Quiero llorar. Llorar. Todo este viaje y nada. Pruebo con la escuela. Camino por una calle pero pregunto y por ahí no es. Vuelvo hasta la plaza. Hay un viejo sentado en la vereda. Me ve pasar de un lado al otro. Che cosa sta cercando? Le cuento pero no sabe. No sabe nada. Camino por otra calle. Parece que es la principal, después doblo a la derecha, a la izquierda. Llego a una escuela. ¡Tiene que ser esta! Le saco una foto.

 
¿Y ahora qué hago? Tengo sed. Busco un almacén abierto. Encuentro uno al final de la calle. Pido una coca cola y también un sándwich de jamón y queso. El señor lo prepara en el momento. Son 3 euros. Definitivamente acá es más barato. Ponen todo en una bolsa de plástico y me preguntan de donde vengo. Les cuento que mi papá nació en el pueblo pero no conocen su nombre. Intento con el nombre de la nana. La señora me dice que vaya a la Associazione Cacciatore, que pregunte por Macedonio que estuvo casado con una Bulzomi. Pero estoy desanimada. Pienso en volver a la estación a esperar La Littorina de regreso. Pero ya que estoy acá, me animo. Entro y está todo a oscuras. Hay un hombre sentado. Bongiorno! Io sono nipote di Clementina Bulzomi e vengo di la Argentina. Macedonio se levanta de la silla y piensa. Me acompaña a encontrar familiares. En la segunda casa atiende una señora con un batón floreado. Macedonio le cuenta quien cree que soy y se despide. La mujer me invita a pasar. En la casa hay otras mujeres. Me siento rara entrando a una casa con desconocidas, contándoles todo sobre mi familia. Me miran todavía con desconcierto. Pero resultamos ser parientes, y cercanos. ¡Yo no imaginaba qué tanto! Una de ellas me convida un vaso de leche y unos dulces. Pregunto que son. Nacátuli. Están hechos de masa de anís. La tía María, en Buenos Aires, los hace diferentes. Los pruebo y tienen otro sabor, pero me gustan. Concetina, la tía del batón floreado, me cuenta que cocinando se manchó el vestido. Tiene una pequeña mancha de salsa. Me va a llevar al centro. Se cambia el vestido por otro de color verde, más caluroso, pero sin mancha. Antes pasamos por la casa de papá. Resultó que yo tenía un número equivocado. Es una casa muy vieja. Angosta pero de dos plantas. Dicen que el dueño es un loco. Se ve que no está cuidada. Vamos a la Chiesa Maggiore. Luego a otra iglesia donde veo la estatua de San Michele, el santo del pueblo. Cinquefrondi es más chico que una pelusa, pero tiene cinco iglesias. Vamos a otro barrio donde vive otra tía, que es prima hermana de papá. Ella no está pero entramos en la casa de una vecina. Concetina le pide que le avise. Llegamos a la plaza. Me cuenta que su sobrina tiene una agencia de viajes. La saludamos. Es macanuda. Ahora vamos a buscar a un tal Gino. Dicen que vive en la Argentina, pero que viene cada tanto. Caminamos por otra callecita Bonasera! Bonasera! Acá todo el mundo se saluda. Lo encontramos a Gino. Al fin alguien que habla español. ¿Por qué no te quedas a dormir? Te llevamos mañana en machina. Vamos a cenar a los jardines de la Villa, me dice. Pero tengo miedo que mañana pase algo que me haga perder el tren. Ya a esta altura estoy haciendo un esfuerzo por mantenerme de pie. Gino pregunta ¿comiste algo? Si, le miento. En la mano tengo la bolsa con el sándwich intacto. Me pide que espere y va a buscar una foto. Aparece la prima de mi papá. Se llama María y está feliz de verme. Me abraza y me aprieta los cachetes como si fuera una nena. ¡La figlia di Totó! ¡La figlia di Totó! Gino regresa con una foto en blanco y negro. ¿A ver si lo encontrás a tu viejo? Y sí…agachado entre los muchachos me sonríe, papá