25 de enero de 2011

De todo un mucho

Día 11:

En la mañana voy a la playa. Estoy tratando de levantarme temprano. Para estar de vacaciones las nueve y media, sí que es temprano. Pero para estar en la playa es un poco tarde. Porque entre que desayuno y me preparo para salir tardo como una hora y termino llegando a la playa alrededor de las 11 que es cuando empieza a hacerte mal el sol. Pero por más que trato de apurarme me sale así…
Otra cosa de la playa es dónde poner la sombrilla. En general trato de buscar un lugar que esté alejado de las otras sombrillas, alejado de las otras personas. Qué se yo, uno quiere buscar un poco de intimidad aunque sea… Pero no es posible. No sé por qué y habiendo tanta, pero tanta playa siempre termino rodeada de otros. A muy poca distancia eligen un lugar. Si pienso en las playas de Mar del Plata (las del centro) entiendo que no hay quizá otra opción. Y que cuando se hace un espacio hay que aprovecharlo con lo que tengas a mano. Si trajiste sillas, abrirlas. Si trajiste lona, desplegala. Y así marcas tu territorio. Pero acá en las playas del sur de Villa Gesell no le veo el sentido a estar todos amuchados. Trato de pensarlo de otra manera, y digo ¨bueno, quizá la gente no quiera estar sola¨, ¨ o les hace bien estar todos muy juntitos¨. Pero siempre me pasa que ni bien termino de poner la sombrilla y cuando me dispongo a disfrutar de mi espacio, alguien más se acerca y en las inmediateces ¨comparte¨ todo lo que hago, y me obliga a mí también a escuchar de qué hablan, a observarlos.
Y así estaba yo disfrutando de mi momento de ¨soledad¨, en mi espacio, cuando se acerca un hombre de unos 45 años más o menos, con dos nenes muy chiquitos. Uno podría tener dos y el otro tres años. Eligen, para variar, ubicarse ahí a metros de mi sombrilla. Y ahí me quedo observando… Mientras que el hombre hacía intentos para poner la sombrilla… cavó un pozo con una paleta de madera, uno de los nenes, el más chiquito, se empezó a alejar. Buscando un caracol en la arena, caminando nomás… yo veía como se iba alejando. El padre de espaldas no lo había visto irse. Yo me estaba empezando a poner nerviosa y seguía con la mirada al chiquito por si se iba lejos y no encontraba dónde estaban los demás. Pero así como se fue, en un instante se dio vuelta y volvió a donde estaba su papá y su hermano. Ya instalados debajo de la sombra, el papá los untó en protector solar. Y los nenes salieron corriendo hacia el agua. El papá se quedó debajo de la sombrilla. Y otra vez, me puse a mirar a dónde estaban los nenes. Al ratito se estaba encremando él también. Los nenes volvieron a la sombrilla y buscaron el barrenador. Los tres se fueron al agua. Me dediqué a leer. ¨La flor púrpura¨ se llama, la autora es nigeriana (Chimamanda Ngozi Adichie). En la tapa el anuncio de lo que vendrá ¨ el despertar de una adolescente nigeriana en un mundo marcado por la intolerancia religiosa y familiar¨. Lo había empezado a leer en Buenos Aires, pero en algún momento lo perdí en un cajón. Me acordé recién antes de preparar la valija. Así que lo retomé acá mientras que ¨descansaba¨ de otro de cuentos de Milán Kundera (El libro de los amores ridículos). La flor púrpura me atrapó y ya estaba casi llegando al final cuando el padre pasa corriendo por delante de mi sombrilla con el nene más chiquito, lo envuelve en la toalla. Mientras, yo pensaba en el otro nene, dónde estaba. Lo deja solo y se vuelve al agua. Después de un rato vuelven todos. Y ahora los escucho hablar: molto bene, alto in piedi, y otras frases más elaboradas. Apapapa…. Entonces no estaban diciendo sólo algunas palabritas en italiano, como las podría decir yo, sino que eran los tres italianos. Y ahí se me vino la pregunta… ¿Qué es lo que estaban haciendo acá? ¿Y a dónde estaba la mamá? ¿Había mamá? Los nenes eran muy chiquitos para que no haya mamá. Otra vez se fueron todos al agua. Y luego de un rato llegó la mamá. Había mamá.
Por la tarde, después del mediodía donde todavía no me dan ganas de pisar la playa, aprovecho para llevar unas sábanas al lavadero. Ya me quedan pocos días, y dentro de poco tengo que empezar a limpiar. Hay que cerrar el departamento y no me tengo que olvidar de nada. Limpiar los vidrios, limpiar los muebles (por suerte es de un solo ambiente). Cerrar todas las llaves: la del gas, del agua (fría y caliente), la de la luz, la de la puerta. Poner una tapa de madera para la ventana de la cocina con unos tornillos. Espero poder. Ah! Y cerrar el gas de la garrafa. Esa es otra, que estoy rezando para que justo no se acabe ahora que ya me queda poco.
Después, sí vuelvo a la playa. Como hay viento llevo la sombrilla y me quedo absorta en el libro. Hace mucho tiempo que no estoy así tan conectada con la lectura. Como mi sobrino que estaba terminando de leer Harry Potter y las reliquias de la muerte, y era increíble verlo leyendo, enfrascado, metido en ese mundo tan imaginario. Al lado podíamos hablar, hacer ruido, que él no nos percibía. ¡Qué lindo es estar así! ¡Qué lindo es estar de vacaciones!
Como ya es demasiado llevarme el mate a la playa, piensen que llevo un bolso, una reposera y la sombrilla. Probé un día de llevar el termo y todo el kit, pero fue too much! Entonces me preparo para tomar el matecito en el balcón. Me armo una mesa. Me hago tostadas con queso blanco y bueno… un poquito de dulce de leche, que había quedado. Hay que terminarlo… Vuelvo con el libro y finalmente lo termino.
En la noche me voy al centro. Hasta ahora no fui muchas veces. Me quedaba en el departamento viendo una película en la computadora. Pero no tengo ganas de hacer todo el tiempo lo mismo. Así que me baño, me pongo un vestido y salgo. Por suerte no hace frío, así que me llevo un saco liviano que lo doblo y guardo en la cartera. La parada del colectivo está a dos cuadras. Cuando voy por la segunda, veo el colectivo en la esquina. Pienso que no vale la pena correr porque de todas maneras no voy a llegar. Pero da la casualidad que el colectivo no se va tan rápido. Yo voy por la mitad de cuadra. En realidad, son como tres cuadras. Porque hay una calle bis en medio. Decido no correr. ¡¡Estoy de vacaciones!! Y espero al próximo. Estoy a dos cuadras del fin del recorrido. Así que tengo garantizado viajar sentada. Enseguida viene el próximo y me subo.
En el centro camino un poco. Me tomo un heladito en el ¨El piave¨. No te podes ir de Villa Gesell sin pasar por la heladería. Todavía no cené pero no sé si voy a hacerlo. Y así caminando me acuerdo que hay un bar literario y hacia allá voy. Y hay musiquita para escuchar en vivo. Por un lado en un salón cerrado. Y por el otro en el patio. Entro al patio. Está por terminar un grupo. Me busco una mesita y me siento a escuchar. Suenan bien pero no me gustan tanto las letras de las canciones. De todas maneras ya es lindo estar acá. El programa dice que después va a cantar un tal Pedro que hace canciones de Sabina, Silvio, Serrat y otras de su propia autoría. Suena interesante. Me quedo. Le pido a la moza una cerveza artesanal y dos empanadas de jamón y queso. La cerveza llega al toque pero las empanadas tardan un montón. No me quiero emborrachar (tengo el estómago vacío). Se acerca la moza y me dice ¨ya salen¨, ¨ ¿Eran de jamón y queso?¨. Deduzco que se olvidó, que no las pidió. Y tardan un rato más. Se empieza a llenar de gente y la moza me pregunta si me importaría compartir la mesa. Le digo que no. Vienen tres chicas y se sientan. Hablan. Cuando empieza el nuevo recital, no dejan de hablar. Escuchan pero cuando piden algo lo hacen hablando fuerte. Está por terminar el recital. Las chicas ya se fueron. El show es a la gorra, pero en realidad es más bien al sobre. Colaboro y después de dejar mi mail y un haiku en la libreta de Pedro. Por ahí si viene a la capital estaría bueno escucharlo. Es de Rosario. Me levanto y me voy. Es la 1 y media de la mañana. Y ya es hora de volver. Fue un día largo y se me pasó volando.

No hay comentarios: