6 de diciembre de 2009

la historia de la carretilla

La calle, en dónde Totó vivía, tenía una pendiente muy suave que se deslizaba a la largo de doscientos metros. Uno de los juegos que Totó hacía con sus amigos del pueblo era subir hasta la parte más alta de la calle y deslizarse hacia abajo en una carretilla. Pero, en esos tiempos, los chicos no les pedían a sus papás que les compraran juguetes, sino que los fabricaban por su cuenta.
La carretilla consistía en una madera con un volante atravesado por un bulón.
Papá dice que aquí comienza la historia… porque lo verdaderamente interesante era conseguir todos los objetos y darse maña para crear sus propios juguetes.
Ahora parece raro pensar en todos estos pasos pero no hace mucho, harán unos 25 años, cuando yo era chiquita si bien había juguetes más al alcance, también disfrutaba en conseguir e inventar mis propios juegos.
Totó, que tendría entre 5 o 6 años, fue a aprender el oficio de carpintero. Este carpintero tenía un torno especial para trabajar la madera. Lo único que papá tenía era la madera. Faltaba conseguir los otros objetos. Lo siguiente que consiguió fue un ruleman para la rueda delantera. Para conseguirlo tuvo que trocarlo por diez trompos. Y ya me contó papá otra historia de los trompos y de cuanto disfrutaba con este juego. Debe haber sido todo un tema desprenderse de esos trompos. O quizá no. Luego fue hacia la Estación del Ferrocarril (La Littorina) y al buscar entre los rieles (que se hacían con ruedas y alambres para hacer los cambios) halló algunas rueditas, un eje trasero y un pedazo de fierro. Para los operarios era un trabajo muy difícil buscar estas rueditas pero para los chicos material de tantos juegos.
Aún faltaba un tornillo y una tuerca para el volante. Las consiguió en otro trueque. Le llevó bastante tiempo juntar estos objetos pero cuando los hubo reunido todos pudo por fin armar la carretilla.
Y así comenzaban la competencia corriendo carreras con sus amigos desde el comienzo hasta el final de la calle.
Pero la carrera debía terminar un poquito antes de la calle principal porque por ahí, a unos metros, su tío (Pepino) iba del maestro a aprender el oficio de sastre. Ni bien los veía aparecer por la calle les señalaba con el dedo que se fueran para la casa. Esa era toda la aventura.
Papá piensa, ahora con ojos de abuelo, que el juego en sí no era la diversión sino poder conseguir todos los implementos que necesitaban para llevarlo a cabo.
Cuando papá tenía 5 o 6 años se desarrollaba la Segunda Guerra Mundial. Más o menos por el año 1941/42. En Cinquefrondi no había nada de nada porque todo lo que podía ser de utilidad iba para el frente.

2 comentarios:

Daniela Feoli dijo...

Ga, qué bueno poder reponer lo que uno no vivió con estas historias... ¡yo no me acuerdo de haber hecho mis propios juguetes! A veces uno se olvida de esos otros momentos, de las guerras, y naturaliza el hoy.
De nuevo, felicitaciones, y ¡adelante!

Anónimo dijo...

gracias Dani por tu comentario!