Hoy es jueves. Estamos casi todos en
casa de Ani. Algunos están en el balcón,
fumando. Otros estamos en el living en silencio. Ella me pide que la acompañe
al baño. Quiere que charlemos solas. Me siento en el borde de la bañadera mientras le hablo de un hombre que conocí. Le
digo: ¨ te extraño ¨. Sin darme cuenta
de que esa es nuestra última charla. Salimos del baño y volvemos a reunirnos para compartir la cena. Empanadas o pizza. Juntemos la plata ahora. Ani está débil.
Mejor sanguchitos de lomo. Nos aburren las empanadas. Tiene los ojos cansados y
por momentos la mirada perdida. Intenta comer un poco. Le pide ayuda a
Santiago. A él le tiembla el pulso, tiene miedo. Como todos, tiene miedo.
Hablamos de pavadas. Ani se duerme. La
miro. Está sentada en el sillón. Frágil. Parece imposible pensar que se está
muriendo. Nadie quiere aceptarlo. Y yo busco excusas para no pensar.
Hace más de un año que nos
conocemos. Nos vimos unas pocas veces en el taller de la biblioteca. Leíamos,
criticábamos, nos reíamos de las sugerencias del escritor. Al salir del taller nos reuníamos a comer
algo todos juntos. Me acuerdo que una de esas tardes al salir de la biblioteca,
en la avenida Las Heras, le dije que me conmovía su enfermedad. Pero su muerte era imposible de dibujar, tal
vez para mí que pensaba que la cura era una posibilidad.
Ani abre los ojos y escucha. Dice:
¿me dormí? Sí, un poco. Son los remedios. La morfina la duerme. La hace
delirar. Ani nos cuenta que atendiendo a una paciente se le escapó una frase ¨ Las tortugas están nadando en el comedor ¨.
Es psicóloga y para salir del paso le
habla a su paciente de metáforas.
Es hora de hacer el café. Laura se
ofrece. Trae una bandeja con tazas de distintos colores y tamaños. En la mesa
hay muchas cosas. Laura apoya la bandeja y se escucha un ruido. Las tazas se
esparcen por el piso. Una se rompe. Algunos nos reímos de nervios. Laura busca
algo para limpiar. Las manos le tiemblan.
Le tomé la mano a Ani en el
hospital. Hace un año. Ella me sonrió. Su
hermano estaba al lado de la cama. Preocupado. Ani tenía fiebre. Estaba
pálida. Me quedé un rato a acompañarla.
No quería molestar. Le expliqué que volvería al día siguiente. Le di un beso.
Es domingo. Anochece y
llego a casa. Hay un mensaje en el contestador. Es de María. Dice que la
llame. Atiende el novio y me dice: se fue al velorio. Me desplomo en el piso. Y vuelvo a levantar
el tubo. Llamo a mi vieja y le digo: se murió Ani y la voz se quiebra. Le corto
enseguida y salgo corriendo. Tomo un taxi
y no puedo hablar. Sólo miro por la ventana en silencio.
El jueves anterior a su muerte nos
íbamos a juntar en su casa. Como siempre desde que Ani no podía moverse. Yo
estaba cansada pero tenía miedo de que sea la última vez. Me angustiaba pensar
en no volver a verla. Toqué el timbre y
me respondió una voz, ¨ya bajamos¨. Pasaron varios minutos y nadie bajó. Guardé las manos en los
bolsillos de la campera. Tenía frío. Toqué el timbre otra vez y Laura me dijo:
¨ ya bajamos¨. Está todo mal, pensé. En el ascensor estaban Santiago, María y
Laura. Fuimos a comer a un bodegón a
unas cuadras. María nos contó de una
fiesta a la que había ido. Nos reímos. El vino
nos ayudaba. Nos despedimos y
caminé con Laura unas cuadras. Fuimos hasta Acoyte a tomar un taxi.
Me bajo del taxi y camino al
velatorio. Subo las escaleras y
encuentro a María. La abrazo. ¿Dónde están los demás? Están en una sala,
juntos. Los saludo uno por uno. Pregunto por los que no están. Algunos
estuvieron más temprano. Otros todavía no lo saben. Cruzo el pasillo y busco al
hermano. Le doy un abrazo fuerte. Todavía no puedo mirarla. Vuelvo con los
demás y me quedo en silencio. Le pido ayuda a María y me acompaña. Estamos las
dos rodeando a Ani. Necesito despedirla. La miro y siento ganas de llorar pero
todavía no puedo. No puedo creerlo.
María le da un beso en la frente y yo le rozo
la mano. Tengo frío. Vuelvo con
los demás. Charlamos. Nos vamos pero yo quiero volver mañana. Los demás dicen
que no pueden. Yo siento la necesidad de verla una vez más.
Es de mañana. Estoy de nuevo en el
velatorio. Un señor con una valija entra
a la sala y dice que ya es hora. Todos nos paramos y la despedimos. Guardo las
manos en los bolsillos de la campera. Lloro. Hay una tía de Ani. Ella me abraza y
me dice que pude acompañarla siempre. Sus palabras me contienen. Pero sigo
llorando. Aprieto los puños dentro de los bolsillos. Necesito fuerzas. Hace
frío. La tía me pregunta si quiero ir al
cementerio. Los acompaño en el auto. Otra vez en silencio. Llegamos. Me bajo
del auto mientras espero. El viento nos rodea.
Parece que es más fuerte ahí. Siento que no voy a poder volver a este
lugar. Cuando me estoy yendo, sola, me encuentro con Santiago. Vamos a tomar un
café con medias lunas. Santiago dice: esa
no es Ani. Ella está por todos lados si lo pienso. Y tiene razón. Está en
mi casa. Entre nosotros. Están sus palabras guardadas en cada uno de sus
cuentos. La veo bordeando la calle con
las medias rayadas que cautivaron al escritor de la biblioteca.
Septiembre de 2005
Este es un texto que escribí hace mucho tiempo tratando de decirle adiós a una amiga que falleció muy joven. Tratando de entender la pérdida, el dolor, mi propia fragilidad. Nunca pensé en publicarlo pero aunque es un texto fuerte y triste porque cada momento escrito es de verdad, pienso que es una manera de que Ani (o Dani) siga estando viva. Entre nosotros. Escribiendo, leyendo, tomando vino, escuchando buena música, cautivándonos a todos con sus medias rayadas...
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